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Ana Verano
La buena educación

Fecha: 22/07/2013

Autor: Ana María Verano

Cargo: Técnica en el Equipo de Apoyo al Acogimiento Familiar en Bizkaia

Mi nombre es Ana Verano, me integro en Agintzari en el año 1990. He trabajado en diversos proyectos desde ese año a la actualidad: educadora de hogares, educadora de menores en Leioa y coordinadora de un proyecto de inserción laboral juvenil en Basauril. Posteriormente,  durante 10 años he desarrollado diversas funciones el área de consultoría de Agintzari. Mi motivación hacia el acompañamiento de los procesos de mejora en las personas me llevan a replantearme reiniciar el trabajo de atención directa  y  desde el año 2008, trabajo como técnico en el Equipo de Apoyo al Acogimiento familiar en Bizkaia. Mis intereses formativos se centran actualmente en el movimiento expresivo como recurso de crecimiento personal. En  Agintzari he participado en diversos ámbitos de participación como consejera y también como presidenta de la cooperativa, proyecto que me sigue ilusionando y en el que participo a través de diversos grupos de trabajo.
Hace aproximadamente un año, la periodista Pamela Druckerman, publicó el libro “Cómo ser una mamá cruasán” e inmediatamente se produjo un cierto torbellino mediático por las ideas que en el libro exponía la autora.

La escritora defiende la buena educación de los niños y niñas franceses, respecto a los americanos que ella conoce, desde  la óptica de una madre preocupada por el comportamiento de sus hijos. Los comparaba con los modélicos niños y niñas franceses y describía que: “se comportan educadamente en los restaurantes y comen de todo, duermen toda la noche desde los cuatro meses, no gritan ni piden cosas constantemente y saben jugar en solitario mientras sus progenitores observan a distancia o charlan con sus amistades”.

La primera reflexión que nos suscitan estas afirmaciones, es la de que si no estamos usando el concepto de “buena educación” como sinónimo de todas aquellas acciones que hacen, dicen u omiten los niños y niñas para que los adultos estemos más tranquilos: si duermen de un tirón  por la noche,  el adulto descansa; si comen de todo y educadamente los  padres y madres pueden disfrutar de esa buena comida en el restaurante y si saben jugar solos, no molestan. La buena educación entendida en estos casos como un estándar social y que responde a la necesidad de ser liberados de las obligaciones de la molesta crianza.

En segundo lugar, es probable que la autora haya realizado una generalización en su análisis sobre la crianza de las familias francesas y la conducta de sus hijos e hijas, y su mirada se haya limitado a las familias de clase media-alta y no haya reparado en la educación de los hijos e hijas de las familias en  exclusión social.

Otra acepción del término “buena educación” son los “buenos modales”. Aquellos que el expresidente  Sarkozy  echaba en falta cuando puso el grito en el cielo: “Incroyable, ces´t incroyable” porque personal de la televisión pública francesa hubiera ignorado el saludo que les había dirigido. El ritual del saludo es inculcado desde la más tierna infancia.

Trascendiendo el debate que las ideas sobre los buenos y malos modales suscita en familias, profesionales y público en general y la comparativa entre países; desde el contexto de los programas de apoyo a la infancia nos interrogamos en ocasiones, acerca de cuánto animar a que  los niños y niñas respondan a las expectativas de las personas adultas.

Acompañamos a niños y niñas que han vivido primeras relaciones difíciles.  En ocasiones porque los vínculos con los padres y madres no les han nutrido suficientemente, en otras porque la crianza lejos de facilitar el desarrollo, se convierte en continua demanda de las personas adultas.

Cuando bien por omisión, por incapacidad, o por un excesivo control parental los niños y niñas no han podido integrar experiencias de autonomía o intimidad, se acrecienta una presión innecesaria si se les obliga a responder a los principios de cortesía. 

La obligación de contacto físico en los saludos ante desconocidos, la contención en las expresiones o la exigencia de confluencia con el adulto son formas automáticas de relación  con la infancia que añaden como mínimo desconcierto, y en ocasiones, sufrimiento emocional.

Pensemos cuántas veces les obligamos a que den un beso de saludo o despedida a los y las profesionales que les atienden desde el primer día de la intervención, como un medio de acercamiento, de muestra de afecto y aceptación, sin pararnos a pensar que no somos todavía un adulto de referencia para ellos y ellas.

La buena noticia es que hay alternativas a la cortesía. Además de ser sensibles a la capacidad y estado emocional de los y las menores para poder responder a las muestras de afecto, se pueden proponer otras formas de responder sin el contacto físico o visual exigido por las normas sociales  a familiares y adultos sean o no significativos. Pintar dibujos, escribir una carta, rituales como canciones para los más pequeños pueden ser sustitutivos de los besos y las frases habituales.

A modo de despedida, añadir que se trata de no dejar de interrogarnos en este tema de las “buenas maneras” como en cualquiera de los retos de la mejora en la intervención con el colectivo de  infancia y familias a los que atendemos. Interrogarse significa en este caso,  no actuar en nuestros programas con automatismos, pensando que lo obvio es lo que mejor responde a sus necesidades específicas. Quizás es tan sencillo como limpiar la mirada de convencionalismos y proponer alternativas a lo conocido.

Comentarios

  • Arantza Llona 15/11/2013 - 10:56:30

    Muy bueno Ana , eres una magnifica pedagoga , se nota que sabes trasmitir y no dejes de compartir con nosotras todo lo que sabes sobre educación.Muchas gracias

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